Curiosidades de la época victoriana
La época victoriana no deja de sorprendernos por sus excentricidades. Resulta curioso que una sociedad regida por el recato, el pudor y el respeto, fuera absolutamente ajena a la miseria de otros y más hipócrita si cabe respecto a una vida más libertina.
Durante esta época, mediados del siglo XIX y parte del XX pasaron cosas realmente extrañas o al menos inimaginables para nosotros en pleno siglo XXI; una mujer podía ser internada en un manicomio simplemente por la tristeza provocada por una desilusión amorosa o hasta ser vendida al mejor postor si su marido así lo decidía si el matrimonio no funcionaba.
La niebla o «pea soup»

La niebla es uno de los fenómenos meteorológicos más asociados a Londres y a algunas ciudades de Reino Unido. Este fenómeno no es tan frecuente como creemos, dándose en contadas ocasiones. No obstante, según algunos escritos y testimonios de la época, durante el periodo victoriano la niebla que cubría las calles, dándolas un halo misterioso y lúgubre, servía como tapadera para personajes como Jack “El destripador” y otros delincuentes de la época para cometer sus crímenes.
Esta niebla era el resultado de una combinación de vapores emanados del río Támesis y el humo procedente de las estufas de carbón de las casas. A ello se sumaba la contaminación y humos que provenían de las fábricas y talleres repartidos por toda la ciudad. Esta mezcla formaba una neblina pesada que, según testimonios de la época, tenía un característico color verdoso. Este fenómeno fue bautizado por los londinenses como «pea soup» (sopa de guisante).
Además de dificultar la visión a los transeúntes, sobre todo por las noches y servir como escondite para delincuentes, sus componentes altamente contaminantes provocaban graves problemas respiratorios, provocando la muerte de miles de personas.
Vender a tu esposa

Hasta 1857 no estaba permitido el divorcio. Entonces, ¿qué hacías si tu matrimonio no funcionaba?
Si el marido consideraba a su esposa “poco conveniente”, podía venderla al mejor postor en una subasta pública o bien por un trato privado. Esta práctica, bastante extendida, sobre todo en zonas rurales, exponía a la mujer como mera mercancía, situación realmente humillante y embarazosa, pero que no estaba mal vista, pues si la esposa tampoco estaba muy conforme con el marido que le había tocado, ésta siempre tendría opción de conseguir un marido de mejor posición.
Directo al manicomio

Cualquier comportamiento fuera de lo considerado “normal” en la época podría ser motivo suficiente para acabar encerrado en una institución psiquiátrica.
Cualquier persona, en un momento determinado, puede sentirse triste o abatido. Ya sea por desamor o por una pérdida importante. A todos nos ha pasado.
Pero en aquella época, era absolutamente distinto, y como decíamos, cualquier comportamiento fuera de lo normal podía llevarte al manicomio y para evitarlo debía aparentar normalidad, no mostrar sus sentimientos en público frente a todos, algo que debía ser agotador.
Las razones para internar a alguien eran muchas, algunas casi inverosímiles; desde el tabaquismo, masturbarse, estar triste por una pérdida amorosa, leer cierto género de novelas o todo comportamiento que no se correspondiera con actuar según los protocolos de la época.
Todo ello podía ser visto y diagnosticado como enfermedad mental, por lo que ibas de cabeza al manicomio. Imagina la cantidad de gente que acabaría aquí injustamente solo por la tristeza de haber sido dejado por tu pareja.
Niños vagabundos

Se estima que, en 1869, más de 30.000 niños vivían en las calles de Londres. Vivir es un decir, más bien sobrevivían. Hoy en día nos parecería inadmisible que esto sucediera y sería realmente escandaloso. Pero en la época victoriana, lo normal era ver a miles de chicos recorriendo las calles de Londres intentando robar algo de comida o cualquier moneda de los bolsillos de los más acaudalados. ¿Pero, a qué se debía esta situación?
Pues a dos factores clave. Primero, que no había un control responsable de la natalidad, y el segundo y más importante, sobre todo para las jóvenes y nobles damas de la época, era el seguir las estrictas reglas de recato y pudor predominantes de la sociedad en las que se encontraban.
Estas jóvenes y apuestas damas, asiduas a eventos más libertinos, alejados del recato moralista, podían quedar embarazadas, pero no darse el lujo de tenerlos y criarlos, pues una mujer soltera y con un hijo arruinaría todas sus posibilidades de conseguir un buen marido, además de cuestionar su honra y la vergüenza de la familia. El mejor ejemplo de la doble moral de la época.
Por otra parte, las señoritas de compañía, tenían el mismo problema. Por su profesión, no podían hacerse cargo de ellos y los abandonaban en cualquier parte. Durante este tiempo surgieron instituciones y fundaciones que trataron de dar refugio y educación a estos niños, aunque no todas lo hicieron, acabando siendo lugares donde explotaban y comerciaban con los menores, haciéndolos llegar a países como Canadá, nueva Zelanda y Australia, donde siguieron siendo maltratados.
Tarjetas de Navidad

Cada Navidad expresamos nuestros mejores deseos, llenos de paz y amor a nuestros seres más queridos y amigos. Para ello recurrimos a enternecedoras postales con dibujos o ilustraciones típicas de esas fechas; una Papa Noel sonriente, un nacimiento, los Reyes Magos…
Pero en la época victoriana estas ilustraciones eran completamente diferentes pese a querer transmitir en ellas los mismos deseos de paz y amor. Y es que sus ilustraciones podían ser desde payasos diabólicos, demonios o incluso animales muertos.
Otra estampa muy frecuente en estas felicitaciones era ver niños como protagonistas de las escenas más escalofriantes, como por ejemplo las tarjetas de ‘Kinney Tobacco Company’, que incluían imágenes de niños marcados con la fecha del año viejo arrojados a un caldero para convertirlos en sopa.
El hacinamiento en las «casas de pobres»

El proceso de industrialización hizo que ciudades como Londres, Birmingham o Glasgow aumentaran rápidamente su población. Millones de personas se desplazaron a las zonas urbanas en busca de trabajo en las fábricas y talleres textiles.
Y con ello surgió el problema del hacinamiento y la escasez de vivienda. Ante la ausencia de casas en las que alojar a los recién llegados, las autoridades crearon las llamadas «casas de pobres», unas instalaciones administradas por el gobierno donde personas de bajo poder adquisitivo, enfermos mentales y con adicción al alcohol o las drogas podían vivir.
Dichas viviendas llegaban a alojar a familias enteras en habitaciones de pocos metros cuadrados, estaban infectadas de ratas y conformaban focos de delincuencia.
La sociedad de la época consideraba la pobreza como algo deshonroso y fruto de la poca capacidad de trabajo de quienes la padecían, así que además éstos sufrían el estigma social de ser considerados vagos y merecedores de la situación que padecían, lo cual no incentivaba a la mejora de las condiciones habitacionales.